- Hablas demasiado - le dijo, harto del sonido de esa voz.
- Eres tú, que no dices ni una palabra. No me gusta el silencio.
"Algún día aprenderá a escucharlo", se dijo el hombre, aburrido de esa voz estridente, aguda, de niño repelente. De niño de cuarenta y cinco años. "Esto no está hecho para ti. Esperar que ocurra algo, y ser hasta entonces un maniquí al viento, soso, apagado y sin vida".
De fondo, el chico seguía hablando.
"No todo es escuchar, supongo. Pero romper así el silencio..."
- Entonces va y me dice que qué hacía yo allí. ¿Puedes creerlo? ¡Yo! Si soy casi el dueño...
"Mientras el mundo duerme" era lo único que pensaba. "Mientras el mundo sueña tranquilamente, y un día más ha pasado, yo tengo que estar aquí, aguantando a este idiota".
El murmullo casi cesó, durante un segundo, lo justo como para tomar aliento y arremeter de nuevo.
"Esto tiene que acabar pronto... ¿no?"
- Por eso creo que tú y yo nos parecemos tanto.
"Eso sí que no".
- Mira, tú y yo no nos parecemos en nada, imbécil. Si quisiera parecerme a ti, cotorra de mierda, hablaría continuamente sin pensar lo que digo, y...
- Mira tú, chaval. Estamos en un coche de policía. Y yo no soy quien va detrás. Así que, como te decía...
"Esto no acabará nunca..." pensó, mientras le caía la cabeza hacia delante.
"Lo demás es silencio"
miércoles, 20 de agosto de 2008
Suscribirse a:
Entradas (Atom)