- Hablas demasiado - le dijo, harto del sonido de esa voz.
- Eres tú, que no dices ni una palabra. No me gusta el silencio.
"Algún día aprenderá a escucharlo", se dijo el hombre, aburrido de esa voz estridente, aguda, de niño repelente. De niño de cuarenta y cinco años. "Esto no está hecho para ti. Esperar que ocurra algo, y ser hasta entonces un maniquí al viento, soso, apagado y sin vida".
De fondo, el chico seguía hablando.
"No todo es escuchar, supongo. Pero romper así el silencio..."
- Entonces va y me dice que qué hacía yo allí. ¿Puedes creerlo? ¡Yo! Si soy casi el dueño...
"Mientras el mundo duerme" era lo único que pensaba. "Mientras el mundo sueña tranquilamente, y un día más ha pasado, yo tengo que estar aquí, aguantando a este idiota".
El murmullo casi cesó, durante un segundo, lo justo como para tomar aliento y arremeter de nuevo.
"Esto tiene que acabar pronto... ¿no?"
- Por eso creo que tú y yo nos parecemos tanto.
"Eso sí que no".
- Mira, tú y yo no nos parecemos en nada, imbécil. Si quisiera parecerme a ti, cotorra de mierda, hablaría continuamente sin pensar lo que digo, y...
- Mira tú, chaval. Estamos en un coche de policía. Y yo no soy quien va detrás. Así que, como te decía...
"Esto no acabará nunca..." pensó, mientras le caía la cabeza hacia delante.
"Lo demás es silencio"
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario