domingo, 2 de noviembre de 2008

Un semáforo con el que pelear

Me aburre el día a día de los que cuentan los segundos para echar a correr. Los que llevan taladrado el cartel de "No molestar", los que saben dónde dormirán al bajar del avión. Los que se mutilan la imaginación, para poder dormir mejor.
Entiendo a los que sufren, pero no les compadezco. Sufro por los que no lo hacen, porque ellos sí me dan pena.

Tengo todos los días un momento para pensar, y lo desperdicio imaginándome. Sin ataduras, y poder tirarme en donde quiera, poder gritar, poder saltar, sin que me llamen loco. O sin miedo a que lo hagan.
Me cansan los que leen poesía con el libro en alto, los que escriben sin haber vivido. Me enfado con quien cree que un libro es algo que utilizar, y me escandaliza oír lo bueno que es un libro de quien no tiene con qué comparar. Me aturullan las listas de ventas, y quien se busca por internet.

Me devuelve la esperanza el frío del invierno, la lluvia contra las ventanas, el silencio de la madrugada, cuando las páginas rugen, los lápices vuelan.
Odio al estúpido que miente y ni siquiera él se cree, al que coge un cigarro de forma escandalosa, a quien de tanto ir erguido solo sabe mirar por encima del hombro, y sobre todo al que se esconde después.


Hablando, un hombre pesimista y uno optimista, el pesimista comenta "El mundo no puede ir peor", a lo que el optimista responde "¡Claro que sí puede, hombre!"


Un penique por mi nombre

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