martes, 23 de marzo de 2010

El frío agrietaba las ventanas

La calefacción se volvió a apagar, y él maldijo brevemente. Poco se podía decir ya del vaivén de la corriente eléctrica. Sin embargo no dejó de mirar expectante la pequeña luz del radiador. La atravesó con la mirada, amenazándola sin palabras para que se encendiera de nuevo.

Era el invierno más frío de los últimos treinta años. Siempre es el invierno más frío de los últimos treinta años. Uno se pregunta si el tiempo no será como todo, y se repite una y otra vez con intervalos de treinta años. Era una buena cifra, casi una generación. No tenía nada de malo, excepto el crudo frío que se colaba por las grietas de las ventanas.

Subió la manta hasta su nariz, con miedo de descubrir alguna zona de su cuerpo. El frío no perdonaba, no conocía la piedad. Tal vez treinta años atrás sí la conocía, y el frío era sólo un invitado más en la casa.

Agarró fuerte la manta, y de repente la pequeña luz volvió, y el frío se fue alejando, esperando. Nunca se termina de huir del frío.



Recuerdo sobre todo que el frío no venía de ningun lugar, por lo que tampoco había forma de detenerlo. Formaba parte de la atmósfera, de la vida, porque la condición de la existencia era la frialdad como la de la noche es la oscuridad. Estaba frío el suelo, el techo, los pasamanos de la escalera, estaban frías las paredes, estaba frío el colchón, estaban fríos los hierros de la cama, estaba helado el borde de la taza del retrete y el grifo del lavabo, con frecuencia estaban heladas las caricias. Aquel frío de entonces es el mismo que hoy, pese a la calefacción, asoma algunos días de invierno y hace saltar por los aires el registro de la memoria.
Si se ha tenido frío de niño, se tendrá frío el resto de la vida.

No hay comentarios: